La gente con un punto de sensibilidad y de visión más allá de lo que muestra la inmediatez de los medios no pudo ni puede por menos que ver removidos sus adentros ante la forma en que Alberto, joven concursante de Master Chef 3, fue expulsado del concurso el pasado 14 de abril. Independientemente de que se pueda considerar al “león comegamba” como una chiquillada culinaria, el trasfondo de los modos, maneras y contexto de cada integrante de esa escena de la expulsión, sobre todo el de los miembros del jurado, dista mucho de ser una chiquillada. El análisis de dicha escena nos hace demudar el gesto de tristeza en uno de ira reconcentrada.
Lo más evidentemente repulsivo
fue la manera tan “viril” en que Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, tan reputados
cocineros ellos, denostaron el plato, desde la forma en que vertieron el batido
de tomate y fresa sobre el plato hasta los términos descalificativos del mismo
(insulto, marranada, mofa, plato bobainas, burla), pasando por el áspero tono empleado
como de amoladora. Por otra parte, la tercera miembra del jurado, Samantha
Vallejo-Nágera (de la familia Vallejo-Nágera de toda la vida) no resolló en
ningún momento ni para decir esta boca es mía –seguramente por exigencias del
guión-, y la presentadora del programa, Eva González, desempeñó el papel de
paño de lágrimas de Alberto tras una incursión de Samantha y Jordi para cubrir
las apariencias de levantarle el ánimo al joven estudiante de medicina que unos segundos
antes había prorrumpido en llanto.
Lo realmente perverso de todo
esto es la reproducción de un esquema de roles tradicional con el total auspicio
y premeditación de los altos cargos del ente RTVE colocados a dedo por el
maldito desgobierno del PP. Hombres soberbios; altaneros de alto nivel
poseedores de criterio y del poder, cual paterfamilias del fogón en el siglo
XXI, para herir y defenestrar a lxs aspirantes a parecérseles en algo, y mostrando sólo un asomo de algo muy lejano al
sentimiento cuando el daño ya está hecho y más por paternalismo y por dar una
imagen “digna” que por verdadera empatía. Mujeres sumisas, prudentes consuelos
del afligido, que se abstienen de plantar cara al varón fustigador y que sólo
intervienen para minimizar pérdidas, pasivamente y a remolque del veredicto
dictado por los machos del cotarro. Y digo machos porque, por demás, no ha
pasado desapercibida para muchxs la pluma y la sensibilidad mostradas por
Alberto,
cosa que hace aún más sangrante el comportamiento a todas luces deleznable de
los “expertos”.
Lo realmente perverso y capcioso
de todo esto es que se quiera seguir haciendo pasar esto como “televisión de
entretenimiento” (término acuñado en su día por el ínclito Valerio Lazarov,
adalid del telecirco y la telebasura), para que el público baje las defensas y se filtre más
fácilmente y con menor resistencia la ideología –por no decir propaganda- que
lleva implícito ese tipo de programación. Lo pavoroso es que los medios abjuren
de su responsabilidad como agentes de participación en la dinámica social para
convertirse en brazo alienador al servicio de la mentalidad e intereses
socio-político-económicos imperantes. Lo terrorífico es que, en un país donde muere asesinada una mujer cada cinco o seis días por violencia de género y la sexta parte de las mujeres son o han sido maltratadas al menos una vez en su vida, aún se quiera perpetuar el sexismo, el machismo, el androcentrismo, la LGBTI-fobia e incluso
una actitud de miserable conmiseración hacia la diversidad funcional so capa de indulgente
paternalismo. Lo sublevante es que, en un país con el 25% de su infancia
padeciendo malnutrición, se emita en prime
time un simulacro de concurso sobre cocina de restaurantes de esos con
menús de 50 euros para arriba y mariscadas de 100 en adelante, donde se
despachan a cuerpo de rey esos prebostes comepersonas de la élite haciendo obscena
ostentación de estatus. Ese estatus ganado a fuerza de expolio en nuestras propias
narices y consumado en expolio de nuestro tiempo devorado por la pequeña
pantalla. El enésimo expolio cometido sin contemplaciones sobre lxs de siempre por las fauces del
patriarcado. Eso sí que es una marranada.
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