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domingo, 6 de octubre de 2019

NOTAS SOBRE EL KÓSMOS Y LA DIVERSIDAD COMO CLAVE CONTRA EL NEOLIBERALFASCISMO


A nadie se le escapa hoy día el momento más que crítico que vive el mundo con el hundimiento del imperio de EE.UU. como sustentador de lo que José Luis Escohotado denomina el “fasciokapitalismo”[1] y que nosotros denominamos neoliberalfascismo, apoyado en mecanismos como la opresión-represión; la usurpación-suplantación-parasitación de símbolos, discursos, bienes e instrumentos de progreso; el mantenimiento y ahondamiento de las divisiones y desigualdades sociales, el secretismo, el aislamiento, la creación deliberada de conflictos a todos los niveles y, más tarde, la acaparación de la última tecnología vigente, lo cual le ha permitido perdurar cíclicamente tras sucesivas crisis a costa de la destrucción del medio en sentido amplio (población incluida).

Nos encontramos en la encrucijada histórica -ya vaticinada con mucha clarividencia por Alvin Toffler[2]- en la cual China toma el relevo como potencia hegemónica respaldada por Rusia, solo aparentemente la gran perdedora de la “guerra fría”. No hay síntomas muy esperanzadores de que, en vez de un cambio radical del estado de cosas y personas en el globo, esto suponga más que un simple cambio de manos en la hegemonía mundial, a juzgar por las significativas carencias en cuanto a DD.HH. principalmente en China, que recientemente el gobierno chino se ha visto en el compromiso de subsanar o, cuando menos, maquillar[3]. Poderosos instrumentos tecnológicos como el 5G implementado por Huawei, dado el estado de cosas, nos sugiere más un nuevo paso adelante en la distopía orwelliana del “Gran Hermano” (riesgos para la salud incluidos) que la llegada de una nueva y verdadera aurora de la Humanidad.

Ante este panorama -y partiendo de un pesimismo básico que no es otra cosa sino la conciencia cruda de la gravedad de la situación mundial-, mi propuesta no pretende ser más que la sugerencia de una posible vía en el paulatino reencauzamiento del estado de cosas en favor de las personas. Hay que tener en cuenta que este reencauzamiento siempre ha de conllevar, en todo caso, una actitud radical de voluntad y suprema responsabilidad individual ante el titánico cometido de la lucha vital (en el más extenso y literal sentido de la palabra) a que nos conduce el neoliberalfascismo y la senda (lenta y nada, nada fácil) hacia la realización de un mundo en que cada uno de sus elementos sea lealmente respetado y la presencia de cualquiera de ellos no suponga el comprometer la existencia del resto, recuperando de alguna manera el antiguo concepto griego clásico de kósmos (actualizado en parte por el ecologismo bajo el concepto de Gaia, la Tierra concebida como ser vivo) en tanto que “orden”, “composición de lugar”, de modo que el hecho de recuperar su valor cualitativo, su esencia, sea prioritario con respecto a una (re)asignación de su referente.
Ese concepto originario de kósmos (del cual derivó el significado de “mundo” o “universo” que nos es más afín) vino a ser usurpado por el “fasciokapitalismo”[4] de posguerra mediante el procedimiento de internacionalización (en las últimas dos décadas, bajo el término de globalización), reflejada en política principalmente a través de la ONU y organismos anejos cuya labor, aunque en muchas ocasiones redundó en beneficio de la población mundial, quedó supeditada al imperio estadounidense e instrumentalizada por este.
Así, desde un punto de vista propagandístico, no es casual que se invoque a la unión, la unidad o la (re)unificación (crucial en la política de bloques durante la “guerra fría”) ni lo son denominaciones como Estados Unidos, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (como alternativa al expansionismo yanqui), Organización de las Naciones Unidas o la más reciente Unión Europea. En el fondo, se trata de un pretexto del capitalismo para perpetuar las concentraciones de poder que arrancan desde los imperialismos europeos entre los siglos XV y XIX (español, francés, prusiano, británico) para perpetuar las distintas concentraciones de poder representadas por monarquías, dictaduras, oligarquías, monopolios, oligopolios y toda suerte de poderes centralizados o con un alto grado de centralización.
Desde ese mismo punto de vista político-propagandístico, el más señalado precedente en la suplantación del concepto de kósmos y su sustitución por el término de globalización lo tenemos en los once principios de la propaganda de Goebbels[5], principalmente los de simplificación y enemigo único (adoptar una única idea, un único Símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo), vulgarización (cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar) y unanimidad (llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad).
Evidentemente, el nazismo, como toda suerte de fascismo incluso el más encubierto, se vale de la anulación de lo personal y de la consideración de los individuos como meros elementos dependientes y en función de la entelequia de la patria y lo colectivo y no a la inversa. En la sociedad de posguerra y hasta día de hoy, una forma de despersonalización es la de considerarlos como meros números o datos atómicos prescindiendo de las capacidades o valores intrínsecos de la persona que son reconocibles en la medida en que puedan resultar útiles para el sistema y quienes lo controlan, y que este se pueda servir de ellos. Lo personal, en el fascismo, queda suplantado por el sectarismo, ilusión de diferencia que no es más que un refuerzo de los principios unificadores por depreciación de las cualidades, peculiaridades y rasgos más distintivos e inalienables de la personalidad, convertidos ahí en meros trazos de una caricatura.

En el plano estrictamente humano, y en coherencia sistemática con el concepto de kósmos, tenemos el de diversidad, que choca frontalmente con toda traza de fascismo al poner en evidencia el nihilismo pasivo[6] de forma radical, es decir, desde la constitución básica de toda persona y, por ende, de toda sociedad hasta el último fundamento y sin posibilidad de ulterior reducción. Considero que dicha diversidad debe reflejar lo mejor de los hechos históricos y de las corrientes filosóficas que han prestigiado al ser humano en su faceta más llana, excelsa y autónoma de persona, deviniendo así una suerte de humanismo maximalista, que no se valga de otro canon salvo el del respeto sagrado a lo que lo humano comporta (y no de cualquier manera, sino en armonía y coherencia con la esencia de lo natural en tanto no forzado o condicionado; en tanto original, en el sentido etimológico de la palabra).
La verdadera diversidad, por definición, comprende perfectamente las contradicciones no concibiéndolas como pretexto para realizar divisiones y exclusiones sino como expresiones ricas y respetables del nudo de la existencia: la paradoja. La realización de una vida plena y de la plenitud de lo que vive no es otra cosa sino la consumación de dicha paradoja en el propio proceso de vivir (en el fieri, en términos de Ortega y Gasset). Y dicha paradoja vital, para ser plena, debe estar siempre motivada por el sentido de la responsabilidad moral y la lucha por mejorar en todos los aspectos, siendo siempre intransigentes ante la intransigencia del control que coloca Humanidad y Naturaleza en función de estructuras vacías y carentes de contenido que menoscaban y aniquilan el valor intrínseco e inalienable de cada persona y del medio ambiente. La proactividad ética, que conlleva la eliminación de toda pasividad o licencia inhibidora de lo necesario para la plena realización personal, es fundamental para que toda forma de canalización de las energías individuales sea plenamente fructífera.

La legítima defensa como medio de combatir todo aquello que antepone interés, provecho y beneficios a los valores humanos y medioambientales está evidentemente justificada, empleando términos propios del feminismo, como forma de resiliencia y acción positiva frente a todo tipo de agresión, grande o pequeña, contra todo lo que comporte humanidad entendida como diversidad sostenible y (multi)compatible, así como modo de prestigiar lo humano. La renuncia a la legítima defensa nos pone en la condición de seres resignados de miserable y fantasmal existencia en la cual el neoliberalfascismo nos tiene sumid@s, como en la novela 1984 de Orwell o en la de macrocobayas que pululan en La granja de los animales de Huxley.
Dicha resiliencia, en términos relativos y de reversión del actual estado involucionado de cosas, comporta la desobediencia civil como principio ético básico. Es el primer paso fundamental y perentoriamente necesario hacia la puesta en evidencia y hundimiento del control del neoliberalfascismo como atentado global contra el kósmos. Es incontestable la necesidad de no canalizar la energía para otra cosa que no sea el verdadero crecimiento de cada cual como persona, lo cual implica que tod@s, cada ser humano, con toda la determinación de nuestras respectivas vidas, dejemos de alimentar el monstruo neoliberalfascista, dejando al descubierto el desolador vacío que realmente es.
Desobediencia civil como arma de lucha básica que, en positivo, tiene su contrapartida en lo que podríamos denominar lealtad multipersonal. Dicha lealtad debe tener como referencia primordial, siempre y en todo momento, a cada persona con respecto a la cual cualquier grupo no ha de ser sino un instrumento al servicio de la realización de todas y cada una de las personas, prescindiendo al máximo de la cesión o renuncia como medio de progreso y solución de cuestiones que afectan a la vida de cada cual. Huelga decir que la transparencia entendida en lo más intrínsecamente personal (en términos de claridad, sinceridad, franqueza) es una piedra clave en el funcionamiento de dicha lealtad.

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A día de hoy, aun acallados cada vez con menos éxito por la macropropaganda neoliberalfascista a nivel mundial, ya hay varios ejemplos de hechos y actitudes que nos dan pie para el camino a seguir en diversas áreas de la existencia humana.

En el plano sociopolítico, la existencia de grupos reducidos y pequeños colectivos alternativos que prestigian y priorizan los asuntos (multi)particulares y personales como las vivencias, aptitudes, temores, preocupaciones, satisfacciones, etc., cual es el caso, dentro de los colectivos feministas de los grupos de mujeres (y, cada vez en mayor medida, igualmente de hombres), independientemente de cualquiera de sus rasgos diferenciales, entendidos en positivo como factores de diversidad. Por otro lado, a nivel político mundial, es muy positivo el hecho de la progresiva toma de conciencia y movilización de buena parte de los países de América Latina con gobiernos que tienen el desarrollo de la población como prioridad, como son los casos de Bolivia, Venezuela, Cuba o Nicaragua.
También cabe destacar la creciente presencia pública que viene tomando el ecologismo como alerta de los desastres medioambientales que padecemos, en gran medida, por la irresponsabilidad y la enfermiza obsesión de los grandes países por la obtención de beneficios con escaso o nulo miramiento por la habitabilidad, la durabilidad, el reciclado (solo empleado como parche o barniz publicitario pero muy raramente planteado como un criterio radical de base) o la obtención de recursos energéticos limpios.

El cambio de concepción radical ha de pasar igualmente, en lo económico, por puntos de inexcusable cumplimiento: total desechamiento de la denominada macroeconomía, del sistema capitalista y de todas sus convenciones y ficciones publicitadas y propagadas como productos financieros, desde el propio dinero y las divisas hasta su sucedáneo y correlato cibernético más reciente: los bitcoins y el dinero electrónico; y la priorización absoluta del valor concreto expresado en términos de cualidades y capacidades personales y su realización (este concepto guardaría una estrecha relación con el de fuerza de trabajo en la filosofía de Marx, aunque extrapolado del estrecho marco de lo laboral). Además, un adecuado uso de los avances tecnológicos en las comunicaciones posibilitaría dar pasos cada vez mayores hacia la supresión de todo tipo de intermediación y la priorización del trato directo e inmediato en todo lo tocante a intercambios. Sería deseable a este respecto un retorno a una mentalidad similar a la del trueque pero desprovista de todo objeto de ficción económica (denominar a esto valor ficticio sería una trampa lingüística). Un ejemplo de prestigio de susodicho valor concreto sería, por ejemplo, la producción y consumo autárquicos de productos de la tierra a nivel individual o de pequeños colectivos; o la norma del consumo de interior y por medios naturales como alternativa a la producción masiva industrializada que antepone la explotación por la obtención de beneficios capitalizados a la sostenibilidad y al beneficio de todas y cada una de las personas. Igualmente, un arma para sabotear el sistema capitalista de forma eficaz podría ser la planificación de una estrategia de “robinhoodismo” cibernético que bien podría llevar a cabo por ejemplo Anonymous, que consistiría en hackeo-crackeo de bases de datos de cuentas de muy elevada cuantía, mayormente en paraísos fiscales, su vaciado y el reparto equitativo de su importe por medios informáticos entre la población.

Si bien los aspectos sociopolítico y económico son trascendentales, el que se nos antoja como realmente clave es el educativo, informativo e intelectual, hoy día convertido en poco menos que un erial por la implantación, por parte del neoliberalfascismo, de la mentalidad única, reflejada en lacras como el trabajo sucio propagandístico de los falsimedia como difusores de “fake news” que han acabado por constituir la “mátrix” de un seudomundo paralelo; o como el de las grandes editoriales y corporaciones audiovisuales encargadas de asegurar dicha "mátrix" y el control de las masas a través del marketing y del prestigio atribuido al “mainstream”, que ha relegado y relega a las catacumbas y a la lucha por la supervivencia elemental a l@s auténtic@s creador@s, que no hallan apenas manera de subsistir gracias a su arte y se ven obligados, por ejemplo, a convertirse en "youtubers"; o como, en instancias más elementales, la privatización de la educación como del resto de servicios a la población en detrimento de una educación pública de calidad convertida, en la inmensa mayoría de casos, en una escuela de adoctrinamiento generalizado. Este es el nudo gordiano en el cual empieza el vaciado de contenido y la conversión de las personas en meros aprendices de consumidores y en células pasivas y dependientes del sistema, alienadas (en términos de Marx)[7] de sus propias capacidades y valores.
Y por lo que respecta a la información, es de todo punto elogiosa y modelo a seguir la labor realizada por l@s “whistleblowers” (denunciantes de corrupción) y por núcleos de "hacktivismo" informativo como WikiLeaks y Julian Assange (actualmente a merced de la CIA y por cuya vida y estado de salud actualmente se teme no sin razón) y Anonymous y sus ciberataques a centros significativos de control y poder del mundo globalizado.
La alternativa a ese estado involucionado de cosas pasa por el abandono total de lo canónico y la tradición como conceptos usurpados por el neoliberalfascismo y el inmovilismo que le es inherente y la recuperación del valor de lo vivencial y sapiencial, así como la valoración intrínseca de la originalidad emanada de la persona (y decimos “intrínseca” en tanto el valor no es concedido por nada externo a la propia realización de una cualidad o capacidad).

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Como reza el título del último libro escrito hasta la fecha por el teniente Luis Gonzalo Segura[8], nos hallamos “en la guarida de la bestia”. La vida ha devenido poco menos que una heroicidad para cualquiera de nosotr@s, personas sin más valor que el que llevamos con nosotr@s dondequiera que vayamos y el que conseguimos gracias a los frutos de nuestro esfuerzo, y que alimentamos a cada instante el coraje y el grado de conciencia que implica (llegar a) ser un@ mism@ en un sistema que, de entrada, nos niega. La verdadera realización de cada cual por quien es realmente es la mejor noticia para nosotr@s y la peor para ese sistema que nos quiere aniquilad@s.

Vivamos (en toda la extensión de la palabra) y persistamos en ello.





BIBLIOGRAFÍA Y WEBOGRAFÍA

[1] Escohotado Ibor, José Luis, "El fascismo en la historia reciente del Estado español", Revista Periferia, San Cristóbal de la Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1987.

[2] Toffler, Alvin, El shock del futuro, 1970 (editada en España por primera vez por Plaza & Janés en 1973).

[3] “China se compromete a respetar los derechos humanos en sus inversiones extranjeras”, en Fundesp, 8 de abril del 2019 (https://www.fundeps.org/china-ddhh-inversiones-extranjeras/).

[4] Para los mecanismos de suplantación y usurpación del fascismo véase Orbuas-Fortuny, Antoni, “Fascismo, capitalismo, marketing: la gran suplantación”, en Nuevomar, 2018 (https://nuevo-mar-aof.blogspot.com/2018/08/fascismo-capitalismo-marketing-la-gran.html?zx=ac9f3bad50876ca1).

[5] “Los 11 principios de la propaganda nazi de Joseph Goebbels”, en Altaveu, 25 de diciembre de 2015 (https://www.altaveu.com/opinio/1597/los-11-principios-de-la-propaganda-nazi-de-joseph-goebbels).

[7] Esa alienación de las personas conlleva la suplantación y usurpación de discursos, símbolos y expresiones de verdadera creatividad y progreso así como la destrucción de sus referentes. Véase Orbuas-Fortuny, Antoni, loc. cit.

[8] Segura, Luis Gonzalo, En la guarida de la bestia, Madrid, Akal Ediciones, 2019.

miércoles, 3 de abril de 2019

UN DESPIDO “NORMAL”



     He recibido el encargo, gustosamente aceptado, de hacer un comentario en principio estilístico de esta carta de despido por parte de la persona injustamente perjudicada por ella. Pero, más allá de lo eminentemente lingüístico (de mi total competencia dada mi condición de filólogo), considero infinitamente más relevante trascender lo puramente formal de dicho texto para profundizar en su sentido e intención (algo en lo que cualquier verdader@ lingüista es igualmente competente) para constatar, no ya la falta de estilo, éticamente hablando, del escrito, sino la más absoluta carencia de empatía y vergüenza elementales que denota.

     En síntesis, podemos afirmar que la carta en cuestión es un ejercicio de arbitrariedad y despiadado cinismo de principio a fin, comenzando por el membrete de empresa, con el nombre de la misma y la denominación “Servicios sociales”. Estando dicha empresa de ámbito nacional bajo el mando de Florentino Eduardo Pérez Rodríguez, persona “normal” según propias palabras y, como es sabido, partícipe de la corrupción a gran escala que tiene postrado a este país (y dentro de la cual el caso Castor es solo una muestra de cientos), debe ser que lo más “normal” en España a día de hoy es obtener trato preferencial del poder y especular para convertir los servicios públicos en fuentes de ingresos milmillonarios “para el suyo beneficio propio”. Bueno, es y era “lo normal” desde hace muchas décadas, desgraciadamente demasiadas.


     Pero prosigamos. No cuadra que, esgrimiéndose motivos tan aparentemente graves y revestidos de tanta seriedad como para un despido fulminante, no se tenga el menor asomo de mínima decencia y respeto como para llamar correctamente por su nombre a la persona injustamente despedida, cambiando de orden sus nombres de pila y omitiendo la tilde en uno de sus apellidos. Dicha falta ortográfica y de mínimo respeto incurre en mofa (por no decir choteo puro y duro) cuando, dos renglones más allá, se trata de “Muy Sra. Nuestra” a la persona fulminada. Y para colmo todo en mayúscula, en negrita y en formato centrado, para que el escarnio sea tanto más ortográficamente incorrecto como moralmente despreciable.

     El texto está jalonado de faltas ortográficas o de expresión como "A medio de..." en lugar de "Por medio de..."; "De los datos..." por "En los datos..."; "...han devenido en vano, atendiendo..." en vez de  "... si atendemos..."; "no puede por más mantener" en lugar de "no puede mantener más" o "no puede mantener por más tiempo"; "Falta Muy Graves" (sic y en mayúscula, quizá para inflar la "gravedad" del asunto) en vez de "faltas muy graves"; o la coma sobrante en la frase "...los hechos descritos, como una FALTA...". Dichos yerros lingüísticos denotan arrogancia e ínfulas de superioridad a la hora de usar un registro de suma formalidad como el del lenguaje administrativo laboral sin estar a la altura. Tales ínfulas están concretadas sobre la vaguedad de una disposición legal que aparece obsesivamente en la carta de despido y es del todo susceptible de interpretación subjetiva e instrumentalización a modo de ley de embudo a favor de la propia empresa o lo que fuere.

     Llama mucho la atención el uso de un tono y una terminología rayanos en lo arquicatecumenal e incluso inquisitorial. ¿Será que la empresa o lo que fuere están inspirados por la mano y la obra de Dios y poseen, por medio de la gracia (maldita la gracia), la potestad de hacer y deshacer a su antojo con el triste apoyo de su genitalidad? No es tan descabellada tal suposición.

      "Buena fe contractual", "transgresión", "falta muy grave", "despido disciplinario": términos repetidamente empleados de forma capciosa y en varias ocasiones a la vez con mayúscula y negrita por sus autores, quizá para compensar con el artificio ortográfico y retórico la nebulosa y el nulo fundamento factual de tamaña medida. En la estructura profunda de esta carta se podría adivinar un subtexto que bien podría ser algo así: “Oh tú, réproba y hereje proletaria que has pretendido desafiar nuestra jerarquía a pesar de realizar perfectamente tu trabajo (o precisamente por ello), quedas sentenciada in sécula seculórum al destierro eterno de Nuestro paraíso. Amén.”

     El uso de un tono y terminología dogmáticos y doctrinarios, aplicados a la interpretación arbitraria en el entorno administrativo o en el judicial entre otros en este país, afloran cuando por parte del poder establecido no hay voluntad de respetar una legalidad válida para tod@s por igual sino el de utilizarla a modo de barragana o como quien usa papel higiénico para restregar al resto la hediondez de sus prebendas. Ello implica la sustitución de la realidad de los hechos (aceptada de grado por las personas íntegras) por una ficción ad hoc que sustituya a dicha realidad mediante la suplantación, la usurpación,  la impostura y la tergiversación.


     Porque si aquí hubo “buena fe contractual” fue la de la trabajadora fulminada cuyo celo profesional es plenamente reconocido y valorado por sus usuari@s, verdader@s jueces, ell@s sí, de su inmensa labor. Porque su buena fe fue tal que arrostra severas secuelas físicas producto de sus sobreesfuerzos, como sucede con tantos miles de auxiliares sociosanitarias en este país. Porque si aquí hay una transgresión y una falta grave de absolutamente todo, hasta del más elemental rasgo de humanidad, es la de esa empresa o lo que sea que, jactándose de ser una obra social, practica la especulación financiera so capa de filantropía, chupando como especuladores intermediarios los fondos destinados a la dependencia, convirtiendo un servicio social en una fuente de lucro y, sobre todo, vampirizando la energía de las trabajadoras que se dejan salud y vida por miserables compensaciones económicas a las que mejor cuadraría el nombre de limosnas. Porque esa empresa o lo que sea no es sino un tentáculo más (el de lavarse la cara) del gran monstruo financiero de Florentino Pérez, uno de los cientos y cientos de engendros y organizaciones para delinquir que arrasan y asolan a este país y a su pueblo. Porque los únicos que merecen despido disciplinario fulminante al vacío son quienes buscan imponer el suyo propio por sobre lo dotado del contenido del que ellos carecen por completo y que envidiarán e intentarán destruir rastreramente, arrojando la condena de su miseria sobre todo aquello que los pone en evidencia como la patética tramoya y pantomima que son.

     En efecto, el modus operandi de barriobajera soberbia de esa empresa o lo que sea, revestido de fatua y aparente solemnidad, no es sino reflejo del insondable vacío vital de quienes quieren imponer su ley a toda costa contra todo lo que signifique vida y contra quienes la defienden y reivindican. Es ese siniestro nihilismo pasivo origen, entre otras cosas, del fascismo en sus más variadas formas, desde la arbitrariedad de los recortes en gasto social encubridores de corrupción y tramas mafiosas, inductores de suicidios en los desahucios y de negligencias asesinas contra las personas enfermas de hepatitis hasta el horror cerval de los campos de concentración y las cámaras de gas. El mismo incapaz de tolerar que las gentes y los pueblos decidan por sí mismos, democráticamente, su destino, como demuestra la tenebrosa represión del Estado español contra Catalunya en forma de cargas antidisturbios, concentraciones ultraderechistas, ofensiva mediática sistemática y organizada de “fake news” y encarcelamiento o exilio de políticos cuyo único “delito” fue el de obedecer el mandato democrático de su pueblo. Su justicia, su disciplina, su “buena fe” desprenden el tufo a rancio y podrido de un cuarto de reclusión infestado de ratas que conviene seguir dejando cerrado porque no aguantaría estar a la luz del sol y en conocimiento del mundo entero. Es ese tiránico y dictatorial vacío de corruptos, sociópatas y neoliberalfascistas que están al cabo de calles y despachos el que ha de ser fulminantemente despedido. De todo el universo y sus rincones.

viernes, 31 de agosto de 2018

FASCISMO, CAPITALISMO, MARKETING: LA GRAN SUPLANTACIÓN




Vivir y dejar vivir a sus semejantes sería lo más sencillo –lo más difícilmente sencillo- para el ser humano. Nuestra condición de paradojas andantes, de seres con dos cerebros (el arquicórtex y el neocórtex, el segundo expansión y (de)limitación del primero) nos coloca en lucha constante con nosotros mismos. La filosofía oriental (principalmente a través del Tao y el yoga) supuso un logro en lo que respecta a la armonización de opuestos-complementarios que hay dentro de lo humano sin desbordarlo y con un relativo (aún) respeto por la Naturaleza.

Pero, justamente por esa misma condición de paradoja andante, el ser humano, principalmente en lo que hace a la llamada civilización occidental, tiende a complicarse la existencia en toda la extensión de la palabra. La suya y la de sus congéneres. Uno de los puntos clave de esa complicación existencial es el de abstraerse de sus semejantes y a la vez el afán de ejercer control, dominio y poder sobre ellos, lo cual implica una concepción psicosociológica cimentada en la asimetría y la desigualdad. Algo que está en el germen de la llamada Historia y del heteropatriarcado.


En los umbrales de la llamada Edad Contemporánea tanto el nihilismo de Kierkegaard y Schopenhauer como el vitalismo de Nietzsche (junto con las figuras de Marx y Freud) pusieron de manifiesto el vacío al que se asomaba la existencia humana ante la más que certeza de la religión como gran mentira e impostura imperante durante milenios, así como la conciencia de que el ser humano es responsable de todo lo que realmente diga, sienta, piense o haga, por acción u omisión, a lo largo de su existencia. Se trataba de puntos de vista y de conclusiones extraídas de la propia experiencia vital, sin más propósito que el de dar respuesta, con honestidad en la convicción, a cuestiones críticas de su tiempo. Y, sobre todo, conclusiones honestas a las que se llegó a través del intelecto.

Con todo, el progresivo envilecimiento, conformismo y decadencia del estado social y de sus individuos, fiado cada vez más en el uso de los avances tecnológicos acaparados por el capitalismo; el ahondamiento de las simas sociales abiertas por la industrialización y, sobre todo, la perpetuación de los imperialismos históricos tras la pérdida de vigor y asimilación de los nacionalismos de época romántica y degenerados en costumbrismo y estereotipos, hicieron que esa revolución de pensamiento integrada entre otros por Kierkegaard y Nietzsche quedase bastante mediatizada y sujeta a manipulaciones torticeras en tanto que la fuerza de algo supraindividual (y al cabo supranacional) como el imperialismo seguía primando de hecho. Y sería ese nacionalismo mal entendido de corte imperialista, unido a la bastarda confusión de nihilismo y vitalismo, el que originó una de las mayores  lacras de la historia de la Humanidad, que marcó de forma indeleble el siglo XX y que, con formas y apariencias más o menos sutiles, perdura hasta día de hoy: el fascismo, el nazismo, los totalitarismos y las dictaduras y mecanismos dictatoriales en regímenes (solo aparentemente) democráticos.

¿Cómo se pudo dar susodicha confusión entre nihilismo y vitalismo que, entre otras causas, influyó en la eclosión de los totalitarismos del siglo XX? Básicamente, en una interpretación sesgada de ambos y en una falta de perspectiva en su comprensión e interpretación. En cierta forma, la propia obnubilación, opresión, shock y salto vital al vacío causados por un salvaje capitalismo apoyado en una industrialización en constante auge no le daba a cientos de millones de personas más que para luchar por su supervivencia y, a lo sumo, poder garantizarse sus necesidades primarias; en ese contexto, por tanto, no había un espacio lo suficientemente propicio para la contemplación (en la acepción aristotélica del término) ni mucho menos para una reflexión en profundidad sobre el verdadero rumbo que el mundo estaba tomando.

  

Eso hacía que, en lo estrictamente humano, y para sobrevivir, millones de personas se viesen en la radical paradoja de asumir una conciencia de nulidad o insignificancia para poder subsistir en un mundo que empezaba a ser saqueado y usurpado por los primeros grandes magnates del capitalismo (que, practicando la filantropía, aplacaban su mala conciencia y la merma que pudiera sufrir su ego amplificado en forma de propaganda de cara a la galería). Y solo así, asumiendo esa conciencia de nulidad, de que solo da valor lo que está fuera de sí mismo y se consigue, los millones de personas desprovistas de su originario mundo rural y precipitadas a la sima de las grandes ciudades podrían garantizar de alguna manera su subsistencia e incluso realizar algún progreso en su estatus socioeconómico a costa siempre de renunciar a su propio valor, practicando para ello la autorrepresión.

Y autorrepresión de la denominada por Nietzsche “voluntad de poder” que, bien entendida, supone la plena conciencia por parte de la persona de sus propias potencialidades y capacidades, desarrolladas sin ningún tipo de prejuicio moral o de norma arbitrariamente impuesta y, en extremo, generalmente aceptada como válida.
En el nihilismo, dicha “voluntad de poder” no está presente sino todo lo contrario. Y el peligro se produce cuando coexisten, en una misma persona, la autorrepresión fruto de la conciencia de nulidad y, por otro lado, el autorreconocimiento de las propias capacidades y la voluntad de ejercerlas. Dicha coexistencia implica una paradoja radical que puede ser resuelta de dos formas: conciliar, de forma serena y con una actitud de aceptación y sobreposición total, cada uno de los enfoques vitales, lo que implica una superación y crecimiento personal drásticos; o bien renunciar a dicho trabajo interior de conciliación y resolución y a la responsabilidad que ello conlleva, y mantener ambas conciencias y pulsiones en bruto operando tal cual, lo cual implica una suerte de esquizofrenia conceptual madre, entre otras cosas, de toda suerte de elusiones y evasiones de la realidad, alienaciones y carencia de responsabilidad en lo que a la perversión del nihilismo se refiere; y de resentimiento, odio, parasitismo y animadversión más o menos ciegos y actitudes autoritarias, despóticas disfrazadas o no de paternalismo y condescendencia, hasta llegar a toda violencia inmotivada y no destinada a la defensa ante un ataque recibido.

Quien vive en ese punto siendo consciente de su nulidad, la impone y hace valer como algo aceptable; y la única forma de hacerla valer en tales condiciones es proyectarla e imponerla al exterior antes que resolverla. Ello hace de quien asume dicho enfoque vital (fascista) alguien profundamente dependiente, incapaz de una autonomía, necesariamente constructiva. El modo de ser fascista es siempre deudor de un vacío fundamental; y, para que ese vacío fundamental sea aceptable y susceptible de ser impuesto, requiere de mimetización, usurpación y expoliación de símbolos, discursos y demás formas de expresión susceptibles de ello (la denominada por Nietzsche “transvaloración de valores”). Y cualquier forma de expresión no susceptible de dicha usurpación es anatematizada, satanizada, criminalizada, condenada y/o destruida. La rica y diversa realidad del contenido vital genuino no cabe, sencillamente, en el ser fascista, que solo concibe el actuar mediante una referencia previa frecuentemente situada en la evasión total o parcial de la realidad y, por tanto, de lo verdadero sustituido por lo verosímil. Por ello, la copia, el plagio, la estereotipia, la adopción acrítica y mecánica de la tradición como signo de prestigio, por un lado; y el culto, en ocasiones obsesivo, a la apariencia, son característicos en el ser fascista y en todo totalitarismo.

Obviamente, no es la primera vez que se da este tipo de manifestación del ser humano: la Historia está plagada de toda suerte de totalitarismos politicorreligiosos, en tanto es fundamental en ella el enfoque del poder de unos seres humanos sobre otros, lo cual implica a su vez un planteamiento de civilización (heteropatriarcal) desigualitario de base, en el cual se legitima el ejercicio omnímodo de toda superioridad aunque esta implique la destrucción de quienes están a merced de dicha superioridad, al margen de toda ética elemental. Pero nunca fue tan aguda la conciencia del control aplastante a lo largo de la Historia por parte de los totalitarismos hasta el inicio de todo tipo de movimientos libertarios y antisistema a finales del siglo XIX: feminismo, socialismo, comunismo y anarquismo. El fascismo, en el siglo XX, surgió justamente como reacción a ese tipo de movimientos diversos que implicaban una referencia ética en tanto atención y respeto a las realidades individuales, sociales y políticas, a fin de anularlos y proseguir con el statu quo histórico. Es, precisamente, la necesidad de suplantar tantos movimientos diversos y sus expresiones  lo que, a diferencia de otros totalitarismos más articulados filosóficamente, hace del fascismo una especie de totalitarismo tan amorfa y heterodoxa (tan “fuzzy”, en palabras de Umberto Eco)[1].

La heterogeneidad, el exagerado eclecticismo y el carácter difuso y poco coherente del fascismo están presentes bajo unas apariencias u otras en todos los sectores de la vida cotidiana, a cada momento. Desde una acalorada y tópica charla de bar (de esas que sirven para “arreglar el país”) hasta las recetas de platos heredadas al pie de la letra y de forma mecánica, pasando por lxs docentes que no tienen verdadero amor por su oficio y ejercen poco más que de funcionarixs, todo el marketing que comprende hoy día hasta el más modesto de los supermercados, o la estrategia sociomediática de prestigiar todo lo vintage y retro (sobre esto ya hemos realizado algunas reflexiones en otro lugar)[2]. Mi intención aquí no será otra que la de realizar algunos breves apuntes sobre las claves de la presencia de mecanismos fascistas a nivel mediático y de masas, tanto en el mundo comercial y empresarial como las implicaciones simbólicas y semióticas del fascismo.

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Ya hemos señalado más arriba la condición antipersona del fascismo y del capitalismo como su brazo socioeconómico [0]. El marketing comparte esa misma condición en tanto que brazo mediático del capitalismo, fundamental como factor alienante de las masas. En la medida en que el capitalismo  antepone los bienes a las personas (consideradas como meros instrumentos en el proceso de producción-consumo), el marketing tiene como misión de mantener ese estatus de inferioridad de la persona respecto al producto elaborado, valiéndose para ello de sus retóricas textual y audiovisual.


Uno de los nexos entre fascismo y marketing es que la persona nunca aparece como tal sino de forma parcial y en función del producto. En el marketing, todo valor que pueda tener la persona no lo tiene por sí misma, sino el que le proporciona el producto. Así, la persona, en función del marketing, es un ser “perdido”, desamparado, cuando no directamente “tonto” si es el consumidor; o es un mero objeto (especialmente en el caso de la mujer) cuando se trata de emplear a la persona como cebo; o, definitivamente, un autorizadísimo “experto” (generalmente hombre o de cualidades heteropatriarcalmente consideradas “masculinas” como la acción, la guía, el empuje, el arranque y similares), el equivalente al líder a quienes todxs sin excepción han de seguir.

Con todo, no es este el único punto de conexión entre fascismo y marketing; hoy día, máxime dada la cada vez más recargada sofisticación de este último, el mecanismo de alienación (empleando terminología marxista) no es solo el ejercido sobre la persona, sino también sobre el producto y la relación entre su apariencia (de la que forma parte la publicidad) y el verdadero contenido del mismo. Preguntémonos, por ejemplo, cuánto de verdadera naranja, limón, fresa o cualquier otra fruta hay en lo que se nos presenta en el mercado como “zumo de naranja”, “zumo de limón”, etc.; y a la inversa, cuántos aditivos, estabilizantes, conservantes y demás sustancias (tóxicas no pocas de ellas) se agregan al producto para alargar su vida artificialmente o para hacerlo más atractivo a los sentidos, cuando no con el más siniestro y espeluznante objetivo de experimentar secretamente el efecto de dichos elementos agregados, como si de un macrolaboratorio se tratase, en millones de personas a modo de macrocobayas. Eso por no hablar de la creación de transgénicos en las secciones de productos frescos de alimentación en los supermercados.




En el marketing moderno se ejerce, por tanto, un doble mecanismo de alienación tanto sobre la naturaleza del ser humano como sobre la del propio producto. Ello conduce, en último extremo, a la creación de un mundo paralelo, una auténtica “mátrix” en que la estética publicitaria y el proceso de compra en una gran superficie (hoy generalmente integrada en un centro comercial y vendida bajo el término “experiencia”, no por casualidad) se dilata acaparando y suplantando en la mayoría de ocasiones a la vida real (y, por supuesto, a las personas e incluso al propio producto objeto del marketing)[3].

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Y hablando de acaparamiento y suplantación de realidades positivas, concluyamos las presentes notas con las implicaciones semióticas del fascismo (y demás totalitarismos). Es necesario que haya una realidad determinada (referencia) que puede ser significada por un símbolo (referente) que la represente adecuadamente; la adecuación entre el referente y la referencia es lo que habitualmente se entiende bajo el término de coherencia. Pues bien, el fascismo, incapaz de una verdadera creación, de algo intrínsecamente propio y original en general y de signos y símbolos en particular, procedió (equivalente conceptual del saqueo y del expolio) a la usurpación y suplantación de símbolos y demás elementos con valor semiótico, produciendo una ruptura radical entre referencia y referente, obliterando la primera y apropiándose de la segunda. Por ello, todo símbolo fascista es, por definición, incoherente. 

Dicho proceso de usurpación y/o suplantación consta de cinco fases:

-Localización del símbolo “enemigo” característico (generalmente con el propósito de mimetizarse e incorporarse o destruir, de forma violenta y abrupta, la realidad a la que dicho símbolo se refería originalmente).
-Vaciado de contenido del símbolo (en la mayoría de ocasiones, paralelo al proceso de destrucción de la realidad de la cual el símbolo es referente, como en el caso de los genocidios).
-Fractura del símbolo, separando y borrando la relación entre la referencia y su referente.
-Recontextualización de la referencia asignada al nuevo referente (que poco o nada tiene que ver con el referente original; este es el punto clave de la denominada por Nietzsche “transvaloración de valores”).
-Recategorización del símbolo.

Una vez más encontramos aquí un punto de conexión entre fascismo y marketing, en la medida en que en ambos se da la laxitud de la relación entre referente y referencia, lo cual implica un alto grado de mimetismo y camaleonismo según el cual el (no-)contenido de la “mátrix” propagandística aspira a ser significado casi por cualquier referente (salvo los que no pueden ser reducidos a tal proceso de suplantación, que son borrados y destruidos o, cuando menos, omitidos).


Proverbial es el proceso de usurpación y suplantación que la Iglesia ejerció sobre religiones paganas, sus símbolos, rituales y mitología. Y, por lo que respecta al fascismo tenemos, por citar algunos ejemplos: en Alemania, la esvástica nazi (suplantación de la hindú); en Italia, el águila fascista (tomada del águila imperial de la antigua Roma) y el color negro de las camisas de las milicias fascistas (usurpado a los partisanos anarquistas que intentaron frenar, precisamente, la irrupción del fascismo en Italia);y en España, la bandera rojigualda (tomada de la aprobada por Carlos III para la armada española y transmitida hasta entonces salvo la excepción, irreductible al fascismo, de la bandera española de la II República), el águila del escudo franquista (tomada del águila de san Juan) y el color azul de las camisas de los miembros de Falange (usurpado del color de los monos de los obreros de la Internacional, del mismo modo que un año antes hicieron los nacionalsindicalistas portugueses en 1932). Y en todos esos países, el saludo fascista del brazo derecho extendido en alto, tomado del saludo imperial romano[4].


Hoy día, y dejando a un lado la tosquedad de los principios de la propaganda de Goebbels[5] y la no tanta de las estrategias de manipulación de masas[6], empleados ambos burda y sistemáticamente por los partidos del régimen falsidemocrático español y en especial por los  partidos de extrema derecha, PP y C’s y por los grandes falsimedia que sirven de altavoces del régimen mediante la continua elaboración de “fake news”, podemos apreciar igualmente este mecanismo de usurpación y suplantación semiótica en, p. ej., el actual logo del PP (plagio descarado del del Partido Demócrata en EE.UU. y del anterior logo de Podemos, del que copió el tipo de letra); el de Ciudadanos, plagio evidente de la agencia de “branding” Comuniza; y dentro del contexto de la guerra sucia contra el “procés” independentista en Catalunya, la esperpéntica parodia-ficción de Tabarnia y sus símbolos, amalgama de principio a fin con el único propósito de minar aún más mediáticamente el camino hacia la República Catalana, empezando por el nombre (Ta- de Tarragona + Barn- de Barcelona + -ia como sufijo de denominación de zona geográfica), continuando por la bandera (usurpación de las características de Tarragona (cuatro ondinas rojas sobre fondo amarillo) y de Barcelona (la cruz de San Jorge) y acabando en el escudo (San Jorge y el dragón y el chusco lema “Acta est fabula” (“Se acabó la función”), fórmula empleada en la antigua Roma al final de las representaciones teatrales para indicar al público que la función había terminado y que ya podían irse)[7].
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No era el propósito de las presentes notas el llevar a cabo una compendiosa y exhaustiva recopilación de los ejemplos de manifestaciones gráficas, (anti)éticas, económicas y semióticas del fascismo; sino el de incidir mediante breves apuntes en los puntos clave de esas manifestaciones y, por ende, dar con los rasgos característicos del fenómeno en su conjunto, para dar pie a quienes desean comprender el fascismo y no encuentran un fácil porqué a su funcionamiento.

El fascismo nos acecha cotidianamente y a cada instante, incluso cómodamente sentados a la mesa durante el almuerzo. Es deber moral de todxs y cada unx no caer en sus trampas ni provocaciones para, de esa forma, sacar lo mejor, más original y genuino de nuestras capacidades, mejorarlas día a día y así crecer como personas. Como diría Nietzsche, llegar a ser quienes realmente somos.






BIBLIOGRAFÍA Y WEBOGRAFÍA

[0] Para obtener mayor claridad de visión acerca de la relación entre fascismo y capitalismo, véase Escohotado Ibor, José Luis, "El fascismo en la historia reciente del Estado español", Revista Periferia, San Cristóbal de la Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1987.

[1] Eco, Umberto, El fascismo eterno, El Incansable Aspersor, 27 de marzo de 2018 (https://incansableaspersor.wordpress.com/2018/03/27/fascismo-eterno-eco/).


[2] Orbuas-Fortuny, Antonio, “Retro, revival, vintage: una estética de la involución contra la población mundial, en Nuevomar, 11 de marzo de 2015 (http://nuevo-mar-aof.blogspot.com/2015/12/retro-revival-vintage-una-estetica-de.html).


[3] Uno de los pioneros en la materialización de la idea del consumo como “experiencia” fue el magnate estadounidense nacionalizado inglés Harry Gordon Selfridge, fundador en Oxford Street de la capital londinense de los grandes almacenes Selfridge’s (véase el epígrafe “Londres y el almacén de departamentos Selfridges” en Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Harry_Gordon_Selfridge#Londres_y_el_almac%C3%A9n_de_departamentos_Selfridges).


[4] Para más ejemplos, véase “Ladrones de símbolos. De cómo el fascismo copia y adapta simbología ajena”, en La Haine, 13 de junio de 2010 (https://www.lahaine.org/est_espanol.php/ladrones-de-simbolos-de-como-el-fascismo).


[5] “Goebbels - Los once principios de la propaganda”, Grijalvo (https://www.grijalvo.com/Goebbels/Once_principios_de_la_propaganda.htm).


[6]Las 10 Estrategias de Manipulación de Sylvain Timsit (que no de Chomsky como se puede ver en muchos sitios)”, iBasque, 10 de octubre de 2016

[7] “Acta est fabula”, en Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Acta_est_fabula).