He
recibido el encargo, gustosamente aceptado, de hacer un comentario en principio
estilístico de esta carta de despido por parte de la persona injustamente
perjudicada por ella. Pero, más allá de lo eminentemente lingüístico (de mi
total competencia dada mi condición de filólogo), considero infinitamente más
relevante trascender lo puramente formal de dicho texto para profundizar en su
sentido e intención (algo en lo que cualquier verdader@ lingüista es igualmente
competente) para constatar, no ya la falta de estilo, éticamente hablando, del
escrito, sino la más absoluta carencia de empatía y vergüenza elementales que
denota.
En
síntesis, podemos afirmar que la carta en cuestión es un ejercicio de
arbitrariedad y despiadado cinismo de principio a fin, comenzando por el
membrete de empresa, con el nombre de la misma y la denominación “Servicios
sociales”. Estando dicha empresa de ámbito nacional bajo el mando de
Florentino Eduardo Pérez Rodríguez, persona “normal” según propias palabras y,
como es sabido, partícipe de la corrupción a gran escala que tiene postrado a este
país (y dentro de la cual el caso Castor es solo una muestra de cientos), debe
ser que lo más “normal” en España a día de hoy es obtener trato preferencial
del poder y especular para convertir los servicios públicos en fuentes de
ingresos milmillonarios “para el suyo beneficio propio”. Bueno, es y era “lo
normal” desde hace muchas décadas, desgraciadamente demasiadas.
Pero
prosigamos. No cuadra que, esgrimiéndose motivos tan aparentemente graves y
revestidos de tanta seriedad como para un despido fulminante, no se tenga el
menor asomo de mínima decencia y respeto como para llamar correctamente por su
nombre a la persona injustamente despedida, cambiando de orden sus nombres de
pila y omitiendo la tilde en uno de sus apellidos. Dicha falta ortográfica y de
mínimo respeto incurre en mofa (por no decir choteo puro y duro) cuando, dos
renglones más allá, se trata de “Muy
Sra. Nuestra” a la persona fulminada. Y para colmo todo en mayúscula, en
negrita y en formato centrado, para que el escarnio sea tanto más
ortográficamente incorrecto como moralmente despreciable.
El texto está jalonado de faltas ortográficas o
de expresión como "A medio de..." en lugar de "Por medio
de..."; "De los datos..." por "En los datos...";
"...han devenido en vano, atendiendo..." en vez de "... si atendemos..."; "no
puede por más mantener" en lugar de "no puede mantener más" o
"no puede mantener por más tiempo"; "Falta Muy Graves" (sic
y en mayúscula, quizá para inflar la "gravedad" del asunto) en vez de
"faltas muy graves"; o la coma sobrante en la frase "...los
hechos descritos, como una FALTA...". Dichos yerros lingüísticos denotan arrogancia
e ínfulas de superioridad a la hora de usar un registro de suma formalidad como
el del lenguaje administrativo laboral sin estar a la altura. Tales ínfulas
están concretadas sobre la vaguedad de una disposición legal que aparece
obsesivamente en la carta de despido y es del todo susceptible de
interpretación subjetiva e instrumentalización a modo de ley de embudo a favor
de la propia empresa o lo que fuere.
Llama mucho la atención el uso de un tono y una terminología rayanos en lo arquicatecumenal e incluso inquisitorial. ¿Será que la empresa o lo que fuere están inspirados por la mano y la obra de Dios y poseen, por medio de la gracia (maldita la gracia), la potestad de hacer y deshacer a su antojo con el triste apoyo de su genitalidad? No es tan descabellada tal suposición.
"Buena fe contractual", "transgresión", "falta muy grave", "despido disciplinario": términos repetidamente empleados de forma capciosa y en varias ocasiones a la vez con mayúscula y negrita por sus autores, quizá para compensar con el artificio ortográfico y retórico la nebulosa y el nulo fundamento factual de tamaña medida. En la estructura profunda de esta carta se podría adivinar un subtexto que bien podría ser algo así: “Oh tú, réproba y hereje proletaria que has pretendido desafiar nuestra jerarquía a pesar de realizar perfectamente tu trabajo (o precisamente por ello), quedas sentenciada in sécula seculórum al destierro eterno de Nuestro paraíso. Amén.”
El uso de un tono y terminología dogmáticos y doctrinarios, aplicados a la interpretación arbitraria en el entorno administrativo o en el judicial entre otros en este país, afloran cuando por parte del poder establecido no hay voluntad de respetar una legalidad válida para tod@s por igual sino el de utilizarla a modo de barragana o como quien usa papel higiénico para restregar al resto la hediondez de sus prebendas. Ello implica la sustitución de la realidad de los hechos (aceptada de grado por las personas íntegras) por una ficción ad hoc que sustituya a dicha realidad mediante la suplantación, la usurpación, la impostura y la tergiversación.
Porque si aquí hubo “buena fe contractual” fue
la de la trabajadora fulminada cuyo celo profesional es plenamente reconocido y
valorado por sus usuari@s, verdader@s jueces, ell@s sí, de su inmensa labor.
Porque su buena fe fue tal que arrostra severas secuelas físicas producto de sus
sobreesfuerzos, como sucede con tantos miles de auxiliares sociosanitarias en
este país. Porque si aquí hay una transgresión y una falta grave de absolutamente
todo, hasta del más elemental rasgo de humanidad, es la de esa empresa o lo que
sea que, jactándose de ser una obra social, practica la especulación financiera
so capa de filantropía, chupando como especuladores intermediarios los fondos
destinados a la dependencia, convirtiendo un servicio social en una fuente de
lucro y, sobre todo, vampirizando la energía de las trabajadoras que se dejan
salud y vida por miserables compensaciones económicas a las que mejor cuadraría
el nombre de limosnas. Porque esa empresa o lo que sea no es sino un tentáculo
más (el de lavarse la cara) del gran monstruo financiero de Florentino Pérez,
uno de los cientos y cientos de engendros y organizaciones para delinquir que
arrasan y asolan a este país y a su pueblo. Porque los únicos que merecen
despido disciplinario fulminante al vacío son quienes buscan imponer el suyo
propio por sobre lo dotado del contenido del que ellos carecen por completo y
que envidiarán e intentarán destruir rastreramente, arrojando la condena de su
miseria sobre todo aquello que los pone en evidencia como la patética tramoya y
pantomima que son.
En efecto, el modus operandi de barriobajera soberbia de esa empresa o lo que sea, revestido de fatua y aparente solemnidad, no es sino reflejo del insondable vacío vital de quienes quieren imponer su ley a toda costa contra todo lo que signifique vida y contra quienes la defienden y reivindican. Es ese siniestro nihilismo pasivo origen, entre otras cosas, del fascismo en sus más variadas formas, desde la arbitrariedad de los recortes en gasto social encubridores de corrupción y tramas mafiosas, inductores de suicidios en los desahucios y de negligencias asesinas contra las personas enfermas de hepatitis hasta el horror cerval de los campos de concentración y las cámaras de gas. El mismo incapaz de tolerar que las gentes y los pueblos decidan por sí mismos, democráticamente, su destino, como demuestra la tenebrosa represión del Estado español contra Catalunya en forma de cargas antidisturbios, concentraciones ultraderechistas, ofensiva mediática sistemática y organizada de “fake news” y encarcelamiento o exilio de políticos cuyo único “delito” fue el de obedecer el mandato democrático de su pueblo. Su justicia, su disciplina, su “buena fe” desprenden el tufo a rancio y podrido de un cuarto de reclusión infestado de ratas que conviene seguir dejando cerrado porque no aguantaría estar a la luz del sol y en conocimiento del mundo entero. Es ese tiránico y dictatorial vacío de corruptos, sociópatas y neoliberalfascistas que están al cabo de calles y despachos el que ha de ser fulminantemente despedido. De todo el universo y sus rincones.