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viernes, 31 de agosto de 2018

FASCISMO, CAPITALISMO, MARKETING: LA GRAN SUPLANTACIÓN




Vivir y dejar vivir a sus semejantes sería lo más sencillo –lo más difícilmente sencillo- para el ser humano. Nuestra condición de paradojas andantes, de seres con dos cerebros (el arquicórtex y el neocórtex, el segundo expansión y (de)limitación del primero) nos coloca en lucha constante con nosotros mismos. La filosofía oriental (principalmente a través del Tao y el yoga) supuso un logro en lo que respecta a la armonización de opuestos-complementarios que hay dentro de lo humano sin desbordarlo y con un relativo (aún) respeto por la Naturaleza.

Pero, justamente por esa misma condición de paradoja andante, el ser humano, principalmente en lo que hace a la llamada civilización occidental, tiende a complicarse la existencia en toda la extensión de la palabra. La suya y la de sus congéneres. Uno de los puntos clave de esa complicación existencial es el de abstraerse de sus semejantes y a la vez el afán de ejercer control, dominio y poder sobre ellos, lo cual implica una concepción psicosociológica cimentada en la asimetría y la desigualdad. Algo que está en el germen de la llamada Historia y del heteropatriarcado.


En los umbrales de la llamada Edad Contemporánea tanto el nihilismo de Kierkegaard y Schopenhauer como el vitalismo de Nietzsche (junto con las figuras de Marx y Freud) pusieron de manifiesto el vacío al que se asomaba la existencia humana ante la más que certeza de la religión como gran mentira e impostura imperante durante milenios, así como la conciencia de que el ser humano es responsable de todo lo que realmente diga, sienta, piense o haga, por acción u omisión, a lo largo de su existencia. Se trataba de puntos de vista y de conclusiones extraídas de la propia experiencia vital, sin más propósito que el de dar respuesta, con honestidad en la convicción, a cuestiones críticas de su tiempo. Y, sobre todo, conclusiones honestas a las que se llegó a través del intelecto.

Con todo, el progresivo envilecimiento, conformismo y decadencia del estado social y de sus individuos, fiado cada vez más en el uso de los avances tecnológicos acaparados por el capitalismo; el ahondamiento de las simas sociales abiertas por la industrialización y, sobre todo, la perpetuación de los imperialismos históricos tras la pérdida de vigor y asimilación de los nacionalismos de época romántica y degenerados en costumbrismo y estereotipos, hicieron que esa revolución de pensamiento integrada entre otros por Kierkegaard y Nietzsche quedase bastante mediatizada y sujeta a manipulaciones torticeras en tanto que la fuerza de algo supraindividual (y al cabo supranacional) como el imperialismo seguía primando de hecho. Y sería ese nacionalismo mal entendido de corte imperialista, unido a la bastarda confusión de nihilismo y vitalismo, el que originó una de las mayores  lacras de la historia de la Humanidad, que marcó de forma indeleble el siglo XX y que, con formas y apariencias más o menos sutiles, perdura hasta día de hoy: el fascismo, el nazismo, los totalitarismos y las dictaduras y mecanismos dictatoriales en regímenes (solo aparentemente) democráticos.

¿Cómo se pudo dar susodicha confusión entre nihilismo y vitalismo que, entre otras causas, influyó en la eclosión de los totalitarismos del siglo XX? Básicamente, en una interpretación sesgada de ambos y en una falta de perspectiva en su comprensión e interpretación. En cierta forma, la propia obnubilación, opresión, shock y salto vital al vacío causados por un salvaje capitalismo apoyado en una industrialización en constante auge no le daba a cientos de millones de personas más que para luchar por su supervivencia y, a lo sumo, poder garantizarse sus necesidades primarias; en ese contexto, por tanto, no había un espacio lo suficientemente propicio para la contemplación (en la acepción aristotélica del término) ni mucho menos para una reflexión en profundidad sobre el verdadero rumbo que el mundo estaba tomando.

  

Eso hacía que, en lo estrictamente humano, y para sobrevivir, millones de personas se viesen en la radical paradoja de asumir una conciencia de nulidad o insignificancia para poder subsistir en un mundo que empezaba a ser saqueado y usurpado por los primeros grandes magnates del capitalismo (que, practicando la filantropía, aplacaban su mala conciencia y la merma que pudiera sufrir su ego amplificado en forma de propaganda de cara a la galería). Y solo así, asumiendo esa conciencia de nulidad, de que solo da valor lo que está fuera de sí mismo y se consigue, los millones de personas desprovistas de su originario mundo rural y precipitadas a la sima de las grandes ciudades podrían garantizar de alguna manera su subsistencia e incluso realizar algún progreso en su estatus socioeconómico a costa siempre de renunciar a su propio valor, practicando para ello la autorrepresión.

Y autorrepresión de la denominada por Nietzsche “voluntad de poder” que, bien entendida, supone la plena conciencia por parte de la persona de sus propias potencialidades y capacidades, desarrolladas sin ningún tipo de prejuicio moral o de norma arbitrariamente impuesta y, en extremo, generalmente aceptada como válida.
En el nihilismo, dicha “voluntad de poder” no está presente sino todo lo contrario. Y el peligro se produce cuando coexisten, en una misma persona, la autorrepresión fruto de la conciencia de nulidad y, por otro lado, el autorreconocimiento de las propias capacidades y la voluntad de ejercerlas. Dicha coexistencia implica una paradoja radical que puede ser resuelta de dos formas: conciliar, de forma serena y con una actitud de aceptación y sobreposición total, cada uno de los enfoques vitales, lo que implica una superación y crecimiento personal drásticos; o bien renunciar a dicho trabajo interior de conciliación y resolución y a la responsabilidad que ello conlleva, y mantener ambas conciencias y pulsiones en bruto operando tal cual, lo cual implica una suerte de esquizofrenia conceptual madre, entre otras cosas, de toda suerte de elusiones y evasiones de la realidad, alienaciones y carencia de responsabilidad en lo que a la perversión del nihilismo se refiere; y de resentimiento, odio, parasitismo y animadversión más o menos ciegos y actitudes autoritarias, despóticas disfrazadas o no de paternalismo y condescendencia, hasta llegar a toda violencia inmotivada y no destinada a la defensa ante un ataque recibido.

Quien vive en ese punto siendo consciente de su nulidad, la impone y hace valer como algo aceptable; y la única forma de hacerla valer en tales condiciones es proyectarla e imponerla al exterior antes que resolverla. Ello hace de quien asume dicho enfoque vital (fascista) alguien profundamente dependiente, incapaz de una autonomía, necesariamente constructiva. El modo de ser fascista es siempre deudor de un vacío fundamental; y, para que ese vacío fundamental sea aceptable y susceptible de ser impuesto, requiere de mimetización, usurpación y expoliación de símbolos, discursos y demás formas de expresión susceptibles de ello (la denominada por Nietzsche “transvaloración de valores”). Y cualquier forma de expresión no susceptible de dicha usurpación es anatematizada, satanizada, criminalizada, condenada y/o destruida. La rica y diversa realidad del contenido vital genuino no cabe, sencillamente, en el ser fascista, que solo concibe el actuar mediante una referencia previa frecuentemente situada en la evasión total o parcial de la realidad y, por tanto, de lo verdadero sustituido por lo verosímil. Por ello, la copia, el plagio, la estereotipia, la adopción acrítica y mecánica de la tradición como signo de prestigio, por un lado; y el culto, en ocasiones obsesivo, a la apariencia, son característicos en el ser fascista y en todo totalitarismo.

Obviamente, no es la primera vez que se da este tipo de manifestación del ser humano: la Historia está plagada de toda suerte de totalitarismos politicorreligiosos, en tanto es fundamental en ella el enfoque del poder de unos seres humanos sobre otros, lo cual implica a su vez un planteamiento de civilización (heteropatriarcal) desigualitario de base, en el cual se legitima el ejercicio omnímodo de toda superioridad aunque esta implique la destrucción de quienes están a merced de dicha superioridad, al margen de toda ética elemental. Pero nunca fue tan aguda la conciencia del control aplastante a lo largo de la Historia por parte de los totalitarismos hasta el inicio de todo tipo de movimientos libertarios y antisistema a finales del siglo XIX: feminismo, socialismo, comunismo y anarquismo. El fascismo, en el siglo XX, surgió justamente como reacción a ese tipo de movimientos diversos que implicaban una referencia ética en tanto atención y respeto a las realidades individuales, sociales y políticas, a fin de anularlos y proseguir con el statu quo histórico. Es, precisamente, la necesidad de suplantar tantos movimientos diversos y sus expresiones  lo que, a diferencia de otros totalitarismos más articulados filosóficamente, hace del fascismo una especie de totalitarismo tan amorfa y heterodoxa (tan “fuzzy”, en palabras de Umberto Eco)[1].

La heterogeneidad, el exagerado eclecticismo y el carácter difuso y poco coherente del fascismo están presentes bajo unas apariencias u otras en todos los sectores de la vida cotidiana, a cada momento. Desde una acalorada y tópica charla de bar (de esas que sirven para “arreglar el país”) hasta las recetas de platos heredadas al pie de la letra y de forma mecánica, pasando por lxs docentes que no tienen verdadero amor por su oficio y ejercen poco más que de funcionarixs, todo el marketing que comprende hoy día hasta el más modesto de los supermercados, o la estrategia sociomediática de prestigiar todo lo vintage y retro (sobre esto ya hemos realizado algunas reflexiones en otro lugar)[2]. Mi intención aquí no será otra que la de realizar algunos breves apuntes sobre las claves de la presencia de mecanismos fascistas a nivel mediático y de masas, tanto en el mundo comercial y empresarial como las implicaciones simbólicas y semióticas del fascismo.

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Ya hemos señalado más arriba la condición antipersona del fascismo y del capitalismo como su brazo socioeconómico [0]. El marketing comparte esa misma condición en tanto que brazo mediático del capitalismo, fundamental como factor alienante de las masas. En la medida en que el capitalismo  antepone los bienes a las personas (consideradas como meros instrumentos en el proceso de producción-consumo), el marketing tiene como misión de mantener ese estatus de inferioridad de la persona respecto al producto elaborado, valiéndose para ello de sus retóricas textual y audiovisual.


Uno de los nexos entre fascismo y marketing es que la persona nunca aparece como tal sino de forma parcial y en función del producto. En el marketing, todo valor que pueda tener la persona no lo tiene por sí misma, sino el que le proporciona el producto. Así, la persona, en función del marketing, es un ser “perdido”, desamparado, cuando no directamente “tonto” si es el consumidor; o es un mero objeto (especialmente en el caso de la mujer) cuando se trata de emplear a la persona como cebo; o, definitivamente, un autorizadísimo “experto” (generalmente hombre o de cualidades heteropatriarcalmente consideradas “masculinas” como la acción, la guía, el empuje, el arranque y similares), el equivalente al líder a quienes todxs sin excepción han de seguir.

Con todo, no es este el único punto de conexión entre fascismo y marketing; hoy día, máxime dada la cada vez más recargada sofisticación de este último, el mecanismo de alienación (empleando terminología marxista) no es solo el ejercido sobre la persona, sino también sobre el producto y la relación entre su apariencia (de la que forma parte la publicidad) y el verdadero contenido del mismo. Preguntémonos, por ejemplo, cuánto de verdadera naranja, limón, fresa o cualquier otra fruta hay en lo que se nos presenta en el mercado como “zumo de naranja”, “zumo de limón”, etc.; y a la inversa, cuántos aditivos, estabilizantes, conservantes y demás sustancias (tóxicas no pocas de ellas) se agregan al producto para alargar su vida artificialmente o para hacerlo más atractivo a los sentidos, cuando no con el más siniestro y espeluznante objetivo de experimentar secretamente el efecto de dichos elementos agregados, como si de un macrolaboratorio se tratase, en millones de personas a modo de macrocobayas. Eso por no hablar de la creación de transgénicos en las secciones de productos frescos de alimentación en los supermercados.




En el marketing moderno se ejerce, por tanto, un doble mecanismo de alienación tanto sobre la naturaleza del ser humano como sobre la del propio producto. Ello conduce, en último extremo, a la creación de un mundo paralelo, una auténtica “mátrix” en que la estética publicitaria y el proceso de compra en una gran superficie (hoy generalmente integrada en un centro comercial y vendida bajo el término “experiencia”, no por casualidad) se dilata acaparando y suplantando en la mayoría de ocasiones a la vida real (y, por supuesto, a las personas e incluso al propio producto objeto del marketing)[3].

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Y hablando de acaparamiento y suplantación de realidades positivas, concluyamos las presentes notas con las implicaciones semióticas del fascismo (y demás totalitarismos). Es necesario que haya una realidad determinada (referencia) que puede ser significada por un símbolo (referente) que la represente adecuadamente; la adecuación entre el referente y la referencia es lo que habitualmente se entiende bajo el término de coherencia. Pues bien, el fascismo, incapaz de una verdadera creación, de algo intrínsecamente propio y original en general y de signos y símbolos en particular, procedió (equivalente conceptual del saqueo y del expolio) a la usurpación y suplantación de símbolos y demás elementos con valor semiótico, produciendo una ruptura radical entre referencia y referente, obliterando la primera y apropiándose de la segunda. Por ello, todo símbolo fascista es, por definición, incoherente. 

Dicho proceso de usurpación y/o suplantación consta de cinco fases:

-Localización del símbolo “enemigo” característico (generalmente con el propósito de mimetizarse e incorporarse o destruir, de forma violenta y abrupta, la realidad a la que dicho símbolo se refería originalmente).
-Vaciado de contenido del símbolo (en la mayoría de ocasiones, paralelo al proceso de destrucción de la realidad de la cual el símbolo es referente, como en el caso de los genocidios).
-Fractura del símbolo, separando y borrando la relación entre la referencia y su referente.
-Recontextualización de la referencia asignada al nuevo referente (que poco o nada tiene que ver con el referente original; este es el punto clave de la denominada por Nietzsche “transvaloración de valores”).
-Recategorización del símbolo.

Una vez más encontramos aquí un punto de conexión entre fascismo y marketing, en la medida en que en ambos se da la laxitud de la relación entre referente y referencia, lo cual implica un alto grado de mimetismo y camaleonismo según el cual el (no-)contenido de la “mátrix” propagandística aspira a ser significado casi por cualquier referente (salvo los que no pueden ser reducidos a tal proceso de suplantación, que son borrados y destruidos o, cuando menos, omitidos).


Proverbial es el proceso de usurpación y suplantación que la Iglesia ejerció sobre religiones paganas, sus símbolos, rituales y mitología. Y, por lo que respecta al fascismo tenemos, por citar algunos ejemplos: en Alemania, la esvástica nazi (suplantación de la hindú); en Italia, el águila fascista (tomada del águila imperial de la antigua Roma) y el color negro de las camisas de las milicias fascistas (usurpado a los partisanos anarquistas que intentaron frenar, precisamente, la irrupción del fascismo en Italia);y en España, la bandera rojigualda (tomada de la aprobada por Carlos III para la armada española y transmitida hasta entonces salvo la excepción, irreductible al fascismo, de la bandera española de la II República), el águila del escudo franquista (tomada del águila de san Juan) y el color azul de las camisas de los miembros de Falange (usurpado del color de los monos de los obreros de la Internacional, del mismo modo que un año antes hicieron los nacionalsindicalistas portugueses en 1932). Y en todos esos países, el saludo fascista del brazo derecho extendido en alto, tomado del saludo imperial romano[4].


Hoy día, y dejando a un lado la tosquedad de los principios de la propaganda de Goebbels[5] y la no tanta de las estrategias de manipulación de masas[6], empleados ambos burda y sistemáticamente por los partidos del régimen falsidemocrático español y en especial por los  partidos de extrema derecha, PP y C’s y por los grandes falsimedia que sirven de altavoces del régimen mediante la continua elaboración de “fake news”, podemos apreciar igualmente este mecanismo de usurpación y suplantación semiótica en, p. ej., el actual logo del PP (plagio descarado del del Partido Demócrata en EE.UU. y del anterior logo de Podemos, del que copió el tipo de letra); el de Ciudadanos, plagio evidente de la agencia de “branding” Comuniza; y dentro del contexto de la guerra sucia contra el “procés” independentista en Catalunya, la esperpéntica parodia-ficción de Tabarnia y sus símbolos, amalgama de principio a fin con el único propósito de minar aún más mediáticamente el camino hacia la República Catalana, empezando por el nombre (Ta- de Tarragona + Barn- de Barcelona + -ia como sufijo de denominación de zona geográfica), continuando por la bandera (usurpación de las características de Tarragona (cuatro ondinas rojas sobre fondo amarillo) y de Barcelona (la cruz de San Jorge) y acabando en el escudo (San Jorge y el dragón y el chusco lema “Acta est fabula” (“Se acabó la función”), fórmula empleada en la antigua Roma al final de las representaciones teatrales para indicar al público que la función había terminado y que ya podían irse)[7].
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No era el propósito de las presentes notas el llevar a cabo una compendiosa y exhaustiva recopilación de los ejemplos de manifestaciones gráficas, (anti)éticas, económicas y semióticas del fascismo; sino el de incidir mediante breves apuntes en los puntos clave de esas manifestaciones y, por ende, dar con los rasgos característicos del fenómeno en su conjunto, para dar pie a quienes desean comprender el fascismo y no encuentran un fácil porqué a su funcionamiento.

El fascismo nos acecha cotidianamente y a cada instante, incluso cómodamente sentados a la mesa durante el almuerzo. Es deber moral de todxs y cada unx no caer en sus trampas ni provocaciones para, de esa forma, sacar lo mejor, más original y genuino de nuestras capacidades, mejorarlas día a día y así crecer como personas. Como diría Nietzsche, llegar a ser quienes realmente somos.






BIBLIOGRAFÍA Y WEBOGRAFÍA

[0] Para obtener mayor claridad de visión acerca de la relación entre fascismo y capitalismo, véase Escohotado Ibor, José Luis, "El fascismo en la historia reciente del Estado español", Revista Periferia, San Cristóbal de la Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1987.

[1] Eco, Umberto, El fascismo eterno, El Incansable Aspersor, 27 de marzo de 2018 (https://incansableaspersor.wordpress.com/2018/03/27/fascismo-eterno-eco/).


[2] Orbuas-Fortuny, Antonio, “Retro, revival, vintage: una estética de la involución contra la población mundial, en Nuevomar, 11 de marzo de 2015 (http://nuevo-mar-aof.blogspot.com/2015/12/retro-revival-vintage-una-estetica-de.html).


[3] Uno de los pioneros en la materialización de la idea del consumo como “experiencia” fue el magnate estadounidense nacionalizado inglés Harry Gordon Selfridge, fundador en Oxford Street de la capital londinense de los grandes almacenes Selfridge’s (véase el epígrafe “Londres y el almacén de departamentos Selfridges” en Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Harry_Gordon_Selfridge#Londres_y_el_almac%C3%A9n_de_departamentos_Selfridges).


[4] Para más ejemplos, véase “Ladrones de símbolos. De cómo el fascismo copia y adapta simbología ajena”, en La Haine, 13 de junio de 2010 (https://www.lahaine.org/est_espanol.php/ladrones-de-simbolos-de-como-el-fascismo).


[5] “Goebbels - Los once principios de la propaganda”, Grijalvo (https://www.grijalvo.com/Goebbels/Once_principios_de_la_propaganda.htm).


[6]Las 10 Estrategias de Manipulación de Sylvain Timsit (que no de Chomsky como se puede ver en muchos sitios)”, iBasque, 10 de octubre de 2016

[7] “Acta est fabula”, en Wikipedia (https://es.wikipedia.org/wiki/Acta_est_fabula).