En un momento
histórico en el que los movimientos ciudadanos, tanto en España como en Grecia,
han venido cobrando autoridad ante el vacío ocasionado por el inicuo cinismo e
insensibilidad de los partidos políticos tradicionales (PP sobre todo), la
cristalización de dichos movimientos a su vez en partidos políticos (y, sobre
todo, la forma en que ello se produce) deja en el fondo no poco desencanto y
una sensación agridulce de que no se han tocado algunos puntos clave. Y uno,
básico y fundamental, el de la participación de las mujeres en los cargos y
puestos de decisión: sólo el 16% en Podemos y ni una sola ministra en el nuevo
gobierno de Syriza con el apoyo de los ultranacionalistas de Anel. A esto hay
que añadir, por citar ejemplos, ciertos detalles bastante elocuentes de
lenguaje corporal en Pablo Iglesias -de los cuales se ha comentado incluso que
lo situaban como un macho alfa-[1],
o el tratamiento bastante ralo y parcial del feminismo por parte de Podemos
puesto de manifiesto por María Ferraz Dobarro[2].
Estos síntomas son más que sospechosos, viniendo de partidos políticos que han
incorporado el empuje de la ciudadanía a su discurso y que profesan a voz en
grito el objetivo de luchar contra todo
tipo de injusticia “por la defensa de los valores de la justicia social, la
igualdad y la libertad contra el patriarcado". Por ello, el feminismo y
demás movimientos transgresores del patriarcado -como el colectivo LGBTI o las
nuevas masculinidades- se sienten traicionados ya desde un principio por esos
partidos. Y con toda razón. Por otra parte, deja que desear la canalización del
proceso de selección de cargos dentro de Podemos por parte de Pablo Iglesias,
preservando el privilegio de su iniciativa (Claro que Podemos) frente a todas
las demás y dejando de lado el apoyo directo de movimientos tan emblemáticos
como Izquierda Anticapitalista que podrían haberle hecho sombra para su
propósito. Detalles y procedimientos que, so capa de camaradería democrática,
recuerdan demasiado a las luchas intestinas en los tan denostados partidos de
la “casta”.
La Ley
Orgánica de Igualdad Efectiva Entre Mujeres y Hombres del 2007 supuso, cuando
menos desde el punto de vista legislativo, un gran paso adelante por la
conciencia de que había que lograr un equilibrio entre géneros de forma real;
aunque no es menos cierto que eso sólo fue posible gracias a la labor de
presión y concienciación social, cultural y política de los colectivos
anti-patriarcado, con el feminismo a la cabeza, y de algunxs politicxs comprometidxs
con esa causa. Sin embargo, quienes recuerdan el proceso de aprobación de dicha
Ley en el Parlamento de España probablemente también recuerden los obstáculos
puestos a la misma por parte del PP[3]
-en la oposición por aquel entonces- en forma de recursos basados en la
naturaleza ya vetusta y patriarcal de la Constitución francesa de 1793, a
saber: a) la categoría de ciudadano es una e indivisible (tras la ficción
formalista del ciudadano ideal se oculta la identidad del hombre burgués, lo
que de forma implícita consagra la desigualdad entre hombres y mujeres); b) la
falaz consideración de las mujeres “y otros grupos sociales” como “segmentos”
de la población, cuando en realidad las mujeres constituyen más de la mitad de
la ciudadanía (por ende, el considerarlas como un “segmento” a ellas y a esos
“otros grupos sociales” es una sutil argucia a fin de desestimarlas como aptas para
representar a los intereses generales); c) la Ley invade el espacio de libre
expresión del pluralismo político de los partidos (pluralismo sólo formal dado
el control ejercido dentro de los partidos por oligarquías de hombres).
Hablando de la Constitución
francesa de 1793 y de la Revolución francesa de 1789 que la originó, se da un significativo
paralelismo de éstas con lo sucedido en el 15-M y Podemos. Ambos fenómenos
surgen de una movilización de las partes de la sociedad más directamente
afectadas por el despotismo falto de empatía de los gobiernos de esos momentos
–entre las cuales había mayoritariamente, y en primera fila, mujeres-. Del
mismo modo, ambos fenómenos quedan canalizados, sistematizados y establecidos
políticamente por una burguesía de hombres ilustrados o universitarios (“los
mejor preparados”) que recogen el malestar de la gente y se colocan al frente de
la situación.
Esa
canalización implica diplomacia en pos de un liderazgo, en detrimento de
reivindicaciones cuya realización sí significaría una verdadera subversión del
sistema como el fin del patriarcado y el establecimiento de una organización
sociopolítica igualitaria de raíz. No sabemos si tales formas de proceder
responden a una estrategia necesaria para lidiar con el neoliberalismo; lo
cierto es que, entre cada vez más gente que está por un verdadero cambio, esa
estrategia huele a chamusquina y deja demasiado lugar al equívoco. La gente
pide (pedimos) una genuina revolución, la mayor jamás producida, que (ésa sí)
acabaría con la mayor injusticia hasta nuestros días: la producida mayoritariamente
contra las mujeres, ese 50% de la población mundial. Toda revolución que
pretenda serlo y acabar con toda injusticia debe tener ése como postulado
número uno, porque esa iniquidad y desigualdad entre géneros es la misma que ha
cimentado históricamente el resto de desigualdades existentes que tienen como
origen el patriarcado machista, sexista, misógino y androcéntrico cuyo mayor
exponente en el siglo XXI es el neoliberalismo globalizador, ése al que tan
ferozmente se oponen Podemos y Syriza.
Quizá el
futuro está cada vez más en que cada persona cumpla una verdadera función política
y social y asuma su propia responsabilidad en vez de delegarla por pereza y
comodidad a un esquema político caduco, imperativo y aún patriarcal a día de
hoy, que obliga a plegarse a todxs quienes entran en él y a emplear su lenguaje
y modus operandi. Sólo así estaríamos
segurxs de que no nos la dan con queso.
[1]
Pablo Iglesias: 'No soy imprescindible, soy un militante, no un macho alfa', en
El Mundo, 20/10/2014 (http://www.elmundo.es/espana/2014/10/19/5443b672268e3eb22a8b4571.html).
[2]
María Ferraz Dobarro, “El “feminismo” invisible de quienes se dicen de
izquierdas (o de quienes no están ni a la derecha ni a la izquierda)”, artículo
publicado en su blog personal (http://www.mariaferraz.net/?p=514)
en el que critica la tertulia “El feminismo invisible” dentro del programa En Clave Tuerka, emitido por La Tuerka
el 15/01/2015: https://www.youtube.com/watch?v=jM55uWGVR1s).
[3]
Salazar, Octavio, Masculinidades y
ciudadanía, Madrid, Dykinson, 2013.
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